lunes, 2 de julio de 2018

UN VIAJE EMPIEZA ANTES

Del momento en el que empieza un viaje se ha escrito mucho como para que yo pueda aportar algo más que mi propia experiencia. Es lo cierto, que hay quienes lo vivimos intensamente desde que se imagina y va creciendo a medida que se van realizando los preparativos. Esto será lo que le habré transmitido a mi hijo, porque hace meses que colocó en la puerta del frigorífico la inmensa lista de lo que necesitaría llevar para su viaje de estudios y fue tachando concienzudamente aquello que preparaba. Me sentí orgullosa de comprobar que era alguien que se emocionaba con el más mínimo detalle y que, además, no iba a improvisar, volviéndonos locos al resto de la familia. Eso creí.
Llegó el día de salida; él, aparentemente, tranquilo, deseoso de iniciar su viaje de estudios al extranjero; nosotros, disimulando, haciendo como que es cosa de un mes y luego el resto del curso queda un poco lejos.
En la cola de embarque hace bromas acerca de que estamos todos rodeándolo y, en realidad, es él el único que se marcha. Me gusta verlo así, con la mente y los ojos abiertos, sin atisbo de temor y, con esa sensación, regreso a casa, ya de madrugada.
Cualquier madre sabe que, cuando uno de los hijos no está, la ausencia se nota incluso antes de que pongas un pie en el suelo para levantarte de la cama. Si, además, está lejos, inmediatamente, piensas si habrá dejado algún mensaje en el móvil. No hay avisos, no está conectado, no ha puesto ninguna fotografía (ahora que los jóvenes suben imágenes de todo lo que van haciendo). Trago saliva, intentando no convertir en un drama el hecho de que no sé nada de mi hijo y tampoco tengo medio de hablar con él.
Continuará

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