martes, 16 de enero de 2018

Alejandra

 

Se llamaba Alejandra. Todas las mañanas temprano caminaba cerca de la carretera desde su casa a la parada del autobús, en el que llegaba a su instituto. Llevaba al hombro su mochila, en la mano un cuaderno, seguramente, para ir repasando, y los auriculares puestos.

El lunes no llegó al instituto, ni siquiera alcanzó la parada del autobús. Un conductor la atropelló y la mató, dejándola tirada junto a la carretera. Nada se pudo hacer por salvarle la vida.

Gracias a la colaboración ciudadana, se localizó al individuo y se le detuvo, ya subido a un avión para marcharse cobardemente a Buenos Aires, lejos de la horrible tragedia que sus actos habían provocado. Su nombre no importa, es necesario olvidarlo cuanto antes, borrarlo de la faz de la tierra.

El de ella era Alejandra; hay un asiento vacío en el autobús, en su aula, en la mesa de su casa y en la de estudios de su habitación. Pero ha dejado un reproductor de música, una mochila y un cuaderno. Alguien tan joven que deja ese legado en este triste mundo merece ser recordada siempre.