lunes, 14 de enero de 2019

TÚ TE QUEDAS AQUÍ


       Tras la valla del colegio, un grupo de niños mira a los transeúntes. Es una zona urbana residencial y, a esa hora, caminan con el carro de la compra o con el periódico bajo el brazo. Los seres humanos siempre nos movemos como si la vida fuera un inmenso aeropuerto; arrastramos los pies hacia allá o hacia acá con desgana o desilusión, hasta que el sonido de una voz por los altavoces nos obliga a reaccionar.

         Uno de los niños extiende los dedos entre los huecos que deja la malla de alambre. Es una mano inocente que pide. Da igual qué cosa sea, provoca en mí una sensación de desamparo de la que no sé salir. Siempre he pensado que cuando nuestra madre nos deja por primera vez en la escuela, dibuja para siempre esa intensa emoción de abandono que nos acompañará toda la vida y que se repetirá cada vez que no seamos aceptados o elegidos, ya sea en una oposición o en un baile.

         Por eso ahora, que te dejo en tu silla de ruedas en esta inmensa sala, y me dices que quieres marcharte conmigo, reprimo las lágrimas al responderte: “Tú te quedas aquí”.

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