La normalidad no era tan maravillosa. Cuando hablamos de volver a ella hemos olvidado las jornadas maratonianas: madrugar, atender el trabajo, los hijos, la casa, llenar la nevera, ver a los abuelos los fines de semana, estar con los amigos, no perderse el último estreno de cine...Cada una de estas actividades llevaba consigo desplazamientos en coche, con los consiguientes atascos y nervios, desavenencias por quién y cuándo va adónde y, especialmente, convertía en igual de importantes a todas ellas. El confinamiento ha demostrado que no era así. Tocaría ahora reasignar el orden de prioridades; comprender que dedicar tiempo a los hijos (¿cuántas veces pensábamos en otra cosa mientras uno de nuestros hijos nos decía "mamá, ¿me estás escuchando?"), a la pareja (¿cuántas veces pensábamos en otra cosa mientras nuestra pareja nos decía "cariño, ¿me estás escuchando?") y a nuestros mayores (tan necesario ese diálogo entre generaciones) es abrir una vía de enriquecimiento personal a través de los cuidados. Deberíamos haber aprendido ya que cuidarnos nosotros y a quienes nos rodean es la base de una sociedad más próspera. Siempre y cuando, claro está, el concepto de prosperidad no lo dicten los mercados.
Por ejemplo, hemos descubierto en este tiempo de reclusión en casa que la cultura es mucho más que entretenimiento, es conexión con el pensamiento y emoción de los demás, una ventana hacia el mundo exterior que nos demuestra que no estamos solos.
Pasar un rato al aire libre se ha convertido en un lujo y, sin embargo, era (sigue siendo) necesario para nuestro equilibrio emocional y para mantenernos en relación con las fuerzas de la naturaleza que mueven el planeta y a las que nos hemos empeñado en enfrentarnos, en lugar de buscar la armonía con ellas.
Ahora nos toca volver, pero a nosotros mismos; cultivarnos, recuperar la conciencia de que formamos parte de una misma civilización, que el individualismo está poniendo en riesgo. Porque si perdemos el sentido del bien común, de que las acciones individuales afectan en mayor o menor medida a los demás, todo lo bueno que hemos construido se perderá.