lunes, 25 de mayo de 2020

¿ME ESTÁS ESCUCHANDO?

La normalidad no era tan maravillosa. Cuando hablamos de volver a ella hemos olvidado las jornadas maratonianas: madrugar, atender el trabajo, los hijos, la casa, llenar la nevera, ver a los abuelos los fines de semana, estar con los amigos, no perderse el último estreno de cine...Cada una de estas actividades llevaba consigo desplazamientos en coche, con los consiguientes atascos y nervios, desavenencias por quién y cuándo va adónde y, especialmente, convertía en igual de importantes a todas ellas. El confinamiento ha demostrado que no era así. Tocaría ahora reasignar el orden de prioridades; comprender que dedicar tiempo a los hijos (¿cuántas veces pensábamos en otra cosa mientras uno de nuestros hijos nos decía "mamá, ¿me estás escuchando?"), a la pareja (¿cuántas veces pensábamos en otra cosa mientras nuestra pareja nos decía "cariño, ¿me estás escuchando?") y a nuestros mayores (tan necesario ese diálogo entre generaciones) es abrir una vía de enriquecimiento personal a través de los cuidados. Deberíamos haber aprendido ya que cuidarnos nosotros y a quienes nos rodean es la base de una sociedad más próspera. Siempre y cuando, claro está, el concepto de prosperidad no lo dicten los mercados.
Por ejemplo, hemos descubierto en este tiempo de reclusión en casa que la cultura es mucho más que entretenimiento, es conexión con el pensamiento y emoción de los demás, una ventana hacia el mundo exterior que nos demuestra que no estamos solos.
Pasar un rato al aire libre se ha convertido en un lujo y, sin embargo, era (sigue siendo) necesario para nuestro equilibrio emocional y para mantenernos en relación con las fuerzas de la naturaleza que mueven el planeta y a las que nos hemos empeñado en enfrentarnos, en lugar de buscar la armonía con ellas.
Ahora nos toca volver, pero a nosotros mismos; cultivarnos, recuperar la conciencia de que formamos parte de una misma civilización, que el individualismo está poniendo en riesgo. Porque si perdemos el sentido del bien común, de que las acciones individuales afectan en mayor o menor medida a los demás, todo lo bueno que hemos construido se perderá.

miércoles, 20 de mayo de 2020

LA CABAÑA SIN CONEXIÓN

Síndrome de la cabaña es el nombre que los expertos dan a la falta de deseo por abandonar el confinamiento. Al parecer, se están dando casos frecuentes de personas que no quieren salir de sus casas, ni siquiera en los horarios establecidos ni para las actividades permitidas. El estrés, el ruido, las prisas, la angustia por "llegar tarde donde nunca pasa nada" (aquella canción de Serrat), ha quedado fuera de los muros de la vivienda, mientras, en el interior, la vida parece suspendida. Es una sensación de amparo y tranquilidad, que dice mucho del tipo de vida que habíamos llevado antes de la pandemia, sin tiempo para lo verdaderamente importante. Reencontrarse con uno mismo; poner en orden, no solo los altillos, sino también nuestros afectos y nuestras prioridades, pueden haber causado un efecto muy positivo.
Pero también, nos ha permitido comprender que los mayores son un reflejo de lo que seremos (si llegamos), la etapa más dura de la vida, no el resultado de un desecho; que los hijos son una responsabilidad nuestra y que en la escuela se forman, pero deben educarse en casa; que los vecinos, con sus martillos y el volumen de su televisor, no son tan distintos a nosotros; que conciliar el teletrabajo con los estudios de los hijos sin un ordenador en casa no resulta nada cómodo. Saber, en fin, que todos tenemos frustraciones y esperanzas, y derecho a lidiar con unas y alimentar las otras. Somos, en definitiva, una infinita variedad de emociones, preocupaciones y errores, y (como si fuera el cuento de Aladdín) hemos regresado a la lámpara (más pequeña o más grande), con la oportunidad de pulirnos, pero también, de darnos cuenta de que estábamos enganchados al tren de la vida por los pelos.

En cada una de las cabañas que componen nuestras ciudades, seguimos luchando por no quedarnos atrás en un mundo que está dispuesto a expulsarnos a la más mínima oportunidad.







jueves, 14 de mayo de 2020

Elvira Lindo. A corazón abierto

ELVIRA LINDO. A corazón abierto. Seix Barral.

En una historia bien contada (como esta) caben muchas historias. De modo que, cuando la autora afirma que quería escribir sobre la relación de sus padres, escribe también sobre las relaciones de pareja en los años sesenta, cómo se forjó la clase media, el esfuerzo y el tesón de los que se quedaron en la posguerra y dieron vida al país. 
La novela refleja la mirada comprensiva de una adulta a la niña que fue, la que experimentó la enfermedad y muerte de su madre a temprana edad y, mientras comenzaba su vida independiente, sufría el inevitable distanciamiento que supone crecer. 
A lo largo de la novela, Elvira Lindo contempla los miedos y debilidades de un hombre que ocultó a su familia las heridas de la infancia para proporcionarles una vida feliz.
Con humor y personajes entrañables, la autora nos ofrece una mirada curiosa hacia sus progenitores, pero también, un ejercicio de reconciliación con el pasado.