lunes, 3 de septiembre de 2018

¿POR QUÉ LO LLAMAMOS SEPTIEMBRE?

Septiembre se llama, pero debería llamarse regreso a la vida real.
Hace ya más de dos meses que los anuncios de la televisión y los reportajes de los informativos nos previenen contra el sol, los hongos en los pies y los trastornos digestivos provocados por las costumbres de las vacaciones. Lo hemos interiorizado tan bien, que, incluso los que no se hayan marchado, han creído experimentarlos. Ahora toca restablecerse; pero no hay de qué preocuparse, los supermercados anuncian ofertas para facilitarnos la vuelta y las banderolas que llenan sus pasillos indicando la zona donde se encuentra el material escolar hacen imposible que nos perdamos, un año más.
Y, para los nostálgicos, aún pueden encontrarse "escapadas sugerentes para que la vuelta no sea tan dura". Excelente idea esa de marcharse de nuevo para no tener que regresar nunca.
Mientras tanto, oiremos a una legión de expertos pontificar sobre la ansiedad posvacacional y los remedios para combatirla. Suerte que tienen los que no se marcharon de vacaciones, los que ya están. No sé yo si les consolará saber que, a fin de cuentas, tampoco es para tanto el descanso veraniego, tantas horas con la misma familia a la que rehuimos durante todo el año, la siesta interrumpida por niños que no son los tuyos y el ambiente asfixiante de las casas de veraneo a las que todo el mundo quiere ir, aunque sea para acordarse de lo bien que estarían en la suya propia.
Lo llamamos septiembre y eso equivale a leer bajo un árbol sin estar rodeada por tribus urbanas, a pasear por la playa sin pisar los pies de otros seres humanos, a sentirse bien con uno mismo, porque (¿para qué nos vamos a engañar?) lo natural es quedarse donde uno tiene sus raíces.

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