lunes, 17 de septiembre de 2018

LA LLAMADA

Me atrevería a decir que el teléfono lo inventó una madre; pero no es mi intención poner en tela de juicio quién hizo este descubrimiento, sino comprender la especial relación que ha existido siempre entre una madre y sus hijos, a través del hilo telefónico. Una llamada como recordatorio, como despertador o, sencillamente, como excusa para sortear la soledad, han erigido en fácil chascarrillo la insistencia con la que las madres deseamos saber de nuestros vástagos, con el mismo empeño con el que ellos pretenden zafarse de nuestro control. Afortunadamente, el tiempo también madura las relaciones y las nutre de nuevos ingredientes, como el de las viandas preparadas por mamá, ese intercambio semanal de envases de plástico en el que se contiene una mínima parte del cariño y la preocupación a los que no estamos dispuestas a renunciar.
La llamada de una madre (aun con su sesgo de interrogatorio y su carga de reproche) es la conexión con una realidad que el mundo actual vuelve difusa y que nos plantea qué hacer con el cariño que un día dimos a alguien que se ha convertido en un adulto, con su propia forma de ver el mundo. La llamada nos permite también comprender y percibir ese cambio, adaptarnos a él poco a poco, situarnos en un nuevo marco de relaciones.
Claro está que todo eso se aprende del modo más doloroso: cuando quien antes llamaba a diario ya no es capaz de comprender para qué sirve ese aparato. Afortunadamente, el cariño no acaba nunca.

lunes, 10 de septiembre de 2018

NADA ES IGUAL

Nada es igual que en la infancia; no hay comienzo verdadero si los ojos no son niños, si no saben contemplar con inocencia.
Hoy es un día de reencuentros, de mucho sueño, pero, sobre todo de ilusión. ¡Pobres!, no saben que cargan ya en sus mochilas el peso que los adultos les vamos a ir anticipando: los madrugones, los desayunos apresurados, las obligaciones, en suma; ese terreno que abona culpas y rutinas amargas. Todo llegará, porque también esa semilla hemos puesto en ellos. Mientras tanto, les vemos sonrientes, recién peinados (como van a estar cada mañana durante los próximos meses), atesorando los olores de libros, gomas y cartucheras, ese que ya nunca se irá de su memoria, el que siempre les devolverá a la puerta de la escuela, una y otra vez, por más años que vayan cumpliendo.
Son felices en un mundo que teoriza sobre la felicidad y hace todo lo posible por volverla inalcanzable y ese reducto les pertenece. Lo sabemos y aún lo respetamos, no sé por cuanto tiempo, porque en la infancia hay pobreza. Muchos niños no comenzarán el curso hoy o lo harán en pésimas condiciones, sin desayuno, ni mochila. Ellos guardarán un recuerdo menos grato, pero ese serán el que tengan toda la vida.

lunes, 3 de septiembre de 2018

¿POR QUÉ LO LLAMAMOS SEPTIEMBRE?

Septiembre se llama, pero debería llamarse regreso a la vida real.
Hace ya más de dos meses que los anuncios de la televisión y los reportajes de los informativos nos previenen contra el sol, los hongos en los pies y los trastornos digestivos provocados por las costumbres de las vacaciones. Lo hemos interiorizado tan bien, que, incluso los que no se hayan marchado, han creído experimentarlos. Ahora toca restablecerse; pero no hay de qué preocuparse, los supermercados anuncian ofertas para facilitarnos la vuelta y las banderolas que llenan sus pasillos indicando la zona donde se encuentra el material escolar hacen imposible que nos perdamos, un año más.
Y, para los nostálgicos, aún pueden encontrarse "escapadas sugerentes para que la vuelta no sea tan dura". Excelente idea esa de marcharse de nuevo para no tener que regresar nunca.
Mientras tanto, oiremos a una legión de expertos pontificar sobre la ansiedad posvacacional y los remedios para combatirla. Suerte que tienen los que no se marcharon de vacaciones, los que ya están. No sé yo si les consolará saber que, a fin de cuentas, tampoco es para tanto el descanso veraniego, tantas horas con la misma familia a la que rehuimos durante todo el año, la siesta interrumpida por niños que no son los tuyos y el ambiente asfixiante de las casas de veraneo a las que todo el mundo quiere ir, aunque sea para acordarse de lo bien que estarían en la suya propia.
Lo llamamos septiembre y eso equivale a leer bajo un árbol sin estar rodeada por tribus urbanas, a pasear por la playa sin pisar los pies de otros seres humanos, a sentirse bien con uno mismo, porque (¿para qué nos vamos a engañar?) lo natural es quedarse donde uno tiene sus raíces.