Abandoné hace años el afán de estar sin ser; persisto en el empeño de construirme sin exhibiciones; pago religiosamente la cuota que la sociedad pide a quienes se dicen fieles a sí mismos y, quizás, no sean más que miopes que no entienden lo que les rodea.
A pesar de todo, de vez en cuando, negocio conmigo misma una tregua y me echo a caminos desacostumbrados. ¿A quién no le tienta lo desconocido?
Luego, regreso a mi vida como quien ha sido escupida por el oleaje: aterida, sedienta de lo cotidiano, cansada de aventuras imposibles y, sin embargo, soñando con el mar.
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