jueves, 11 de junio de 2020

EL PARQUE Y LA MAMPARA

Estábamos sentadas en el parque. Hacía una de esas mañanas luminosas, de cielos azules y nubes blancas y esponjosas, que han inspirado a tantos poetas. Un rayo de sol te atravesaba el pelo y dormitabas plácidamente. Tu tiempo estaba detenido, sin expectativas ni obligaciones que cumplir; el mío esperaba en la puerta, severo, pero a raya, porque sé bien cuáles son mis prioridades.
Éramos felices las dos, de ese modo incomprensible en el que lo somos cuando todo está perdido, cuando se han entregado las armas y, sin embargo, hay un reducto o una alameda en la que sentarse con las manos cogidas a ver revolotear los pájaros, mientras se aguarda el veredicto.
"Vendré el sábado", te dije, pretendiendo poner en ti una ilusión infantil, marcar en el calendario una fecha, ahora que todos los días parecen el mismo. Y nos dimos un beso: el mío, puesto como un sello en tu frente; el tuyo, un poco titubeante, pero todavía reconocible. Te miré después y, a pesar de todo, me dije que debía dar las gracias, porque estabas bien atendida y podíamos pasar tiempo contigo casi todos los días. Quise que esa serenidad no se acabara, que el final fuese esa foto fija.
Han pasado tres meses en los que las videollamadas han hecho imposible mantener el hilo que nos unía, que te sostenía. Ahora, en el triste encierro de una habitación, separadas por un cristal, mascarillas, bata y guantes, es imposible traerte de vuelta. Estás pálida y ausente, más aislada de lo que hayamos podido estarlo los demás durante el confinamiento. Estás ahí, pese a las muertes que ha habido en todo el país y al abandono miserable de las residencias de mayores. La solidaridad con las víctimas y sus familiares no impide sufrir porque ya no eres tú.
Me siento a pensar si hemos aprendido algo, si nuestras prioridades cambiarán. Tengo dudas: ya se puede hacer deporte, reuniones familiares y ocupar las terrazas de los bares; sin embargo, tú sigues resguardada entre muros y mamparas, lejos de la luz del sol y del cariño de tus hijos. A salvo de la muerte y de la vida.

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