La
sombrilla y dos hamacas aún ocupan un lugar en el patio, esperando, remolonas, que, en cualquier
momento, volvamos a tomarlas. Siempre nos decimos que
septiembre es un buen mes para escaparse entresemana a la playa; pero los días
han adquirido la tonalidad distinta de ser laborables, y nos convertimos en
niños obligados a decir adiós a algo muy querido: alargamos la mano,
contorsionamos el cuerpo y, aún así, no llegamos. De modo que aquí estamos de
nuevo, frente al ordenador, tecleando sin saber en qué momento consumimos la
vida que habíamos aguardado durante todo un año. Colocamos la mejor puesta de
sol playera como fondo de pantalla y contamos anécdotas a quien nos devuelve
las suyas propias con nostalgia.
Ese tiempo se ha acabado y ahora septiembre ronronea y se despereza entre unos recuerdos que, como suele ocurrir, son más maravillosos que todo lo que hemos vivido.
Seguro
que el próximo año volveremos a disfrutar el mejor verano.