El comunicado del instituto
sobre la excursión ha estado varios días sobre el mueble del recibidor,
mientras el padre y la madre hacían como que no lo habían visto. Un día durante
el almuerzo tienen que enfrentar la realidad:
–Quiero ir –les dijo el adolescente,
con la voz más firme que los cambios hormonales pudieron fabricar.
–¿Estás seguro? –preguntaron
al unísono, intentando reforzarse el uno al otro, para hacer más convincente su
oposición.
–Van todos –respondió
encogiéndose de hombros.
Ese era el problema, que iban todos, y que en ese todos él no encajaría nunca.
El aliento de padres y madres llena los alrededores del
autobús, creando una nube que les impide ver a sus hijos adentrarse en el
vehículo.
El joven asciende lentamente, con los auriculares ya
puestos. Podría ser uno más, salvo porque es el único al que nadie saluda. Percibe
que todas las miradas se dirigen hacia él, de modo que camina, rozando el
suelo, intentando pasar desapercibido. Son muchos los años que lleva soportando
humillaciones, comentarios malsonantes y empujones, así que ha aprendido a
encogerse, a hacerse casi invisible, a detectar cuándo una mirada indiferente
guarda la promesa de una agresión posterior. Sabe que así será en cuanto
lleguen a su destino y se instalen. Nadie se ha ofrecido a compartir habitación
con él, de modo que tendrá que hacerlo, seguramente, con uno de los que siempre
están dispuestos a ayudarles a cambio de algo de protección.
Sabe
sus tácticas y, sin embargo, no puede evitarlas de ningún modo. Está atrapado
entre sus deseos de ser normal, de disfrutar del viaje, y la certeza de que se
lo impedirán.
Se sienta al fondo, un lugar seguro al que no llegará
nadie, porque todos han acordado previamente con quién se sentarían, asientos
lejanos al suyo, donde hay alegría y comentarios jocosos. De nada de eso le han
dejado participar nunca.
El profesor recorre el pasillo del autobús haciendo
comprobaciones de última hora. Sabe que puede confiar en él, que no es
conflictivo y cumple las normas, aunque se comporte de modo taciturno y siempre
se quede fuera de todos los grupos de trabajo. Con una mezcla de fastidio y
cariño comenta:
–Tú solo, como siempre.
Bueno, si es lo que te gusta...
De ese modo, sin saberlo, certifica su derrota.
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