lunes, 2 de septiembre de 2024

EL RITUAL DEL AGUA

Teníamos un ritual, una suerte de código que era solo para nosotras. No importaba lo que estuviésemos haciendo, ni en qué lugar de la casa nos encontrásemos; todo quedaba interrumpido para ofrecernos agua. Mi madre tocaba en la puerta de la habitación donde estudiaba o yo iba al salón donde ella veía una película clásica. ¿Quieres agua? La respuesta siempre era “Sí”. A continuación, bebíamos la una frente a la otra, con fruición, con la sed convertida en la satisfacción de quien se siente en lugar seguro.

Se hacía realidad la frase de “agua como fuente de vida”, porque, de algún modo, yo sentía que mi madre renovaba el acto de darme la vida –siquiera fuese en un vaso– y, de una manera que no acertaba a dilucidar aún, yo le devolvía algo de ese acto de amor y sacrificio.

Así de simple, de transparente y de profunda era en aquella época nuestra relación.

Hoy que la enfermedad hace espesa el agua que le damos extremando la precaución y la vigilancia, siento que no puedo devolverle vida; si acaso, retener la que aún quede.